La famosa deflación.
El palabro que últimamente nos trae a mal traer, tiene un significado tan ambiguo, que no sabes si es bueno o malo.
El significado “mundano” es, que los precios comienzan a bajar.
Es el contrario de inflación.
Y mucha gente se preguntará: ¿pero eso no es bueno?.
La respuesta a nivel economista es, que no. Que eso es desastroso.
Veamos el porqué:
Si usted tiene que vender un producto que le cuesta 1 € y lo vende con un porcentaje de ganancia de un 20%, lo venderá al público por 1,2 €.
Al entrar en deflación, la competencia empieza a bajar los precios, con lo cual, usted puede encontrarse con que su producto está en el mercado al precio de 1 €.
Para poder competir y seguir vendiendo, usted tiene que conseguir que el precio de costo baje, lo cual no siempre es posible, debido a que los costes están normalmente muy limitados.
La otra solución puede ser, bajar la calidad del producto, cosa que en muchos sectores es prácticamente imposible.
Pregunta A: ¿Cómo se baja la calidad de una hora de transporte de un camión?.
Pregunta B: ¿Cómo se baja la calidad de un kilo de lentejas?.
Pues se puede hacer: Con economía sumergida .
Respuesta A: Si el mismo camión lo conduce un trabajador sin seguridad social y que cobra un sueldo mísero.
Respuesta B: Si las lentejas se las compramos a alguien que las ha robado y que por lo tanto no le han costado nada.
Lo malo es, que en cualquiera de los casos anteriores, el que pierde es el Estado, es decir, el ciudadano, puesto que no se paga a la Seguridad Social y aumenta el paro y el gasto público, sin generar ingresos.
Por otro lado, la deflación es beneficiosa para el consumidor final, puesto que los productos básicos bajan de precio y la cesta de la compra cuesta más barata.
Pero no nos engañemos, porque si los productos han tenido que rebajar su calidad o bajar sus costes iniciales, lo que ocurrirá será que no estaremos comprando el mismo producto.
Todo esto ha llegado debido a la famosa “burbuja”, que ha inflado el precio final, pero que al proveedor inicial, - llámese agricultor, ganadero, etcétera -, no le ha supuesto ninguna ganancia.
Si ahora le pretenden bajar el precio al agricultor, nos encontraremos con que vamos a comer piedras, porque no salen los números ni aunque los hagan con tinta invisible.
La solución pasa por estabilizar los precios, cosa harto difícil, pero que habrá que asumir y eso llevará un tiempo y una serie de medidas que si las han de aplicar gobernantes como los que tenemos ahora mismo, a los cuales les ha cogido todo por sorpresa, vamos a comer muchas piedras.
Para estabilizar los precios se comienza por conocer el precio real de la materia prima al inicio.
En el caso de la cesta de la compra, saber lo que cuesta realmente producir un litro de leche, un kilo de patatas o un kilo de harina y a partir de ahí, controlar la intermediación del producto.
Para estos menesteres están, en teoría, los sindicatos, los cuales llevan callados años aún a sabiendas de las injusticias que se cometen con agricultores, ganaderos, profesionales del sector y PYME.
Pero como tengamos que volver a formar a ganaderos y agricultores; reinventar los sindicatos; enseñar economía a los políticos y reestructurar la PYME, nuestros hijos lo van a pasar muy mal, pero nuestros nietos tendrán una sociedad estupenda.
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