domingo, 19 de febrero de 2012

My girl






Embriagado por la música, puedes viajar en el tiempo. Siempre hay una canción que te recuerda que has vivido momentos dulces o amargos, aunque la mayoría de las veces, -en mi caso-, son recuerdos cálidos, que me hacen esbozar una sonrisa, lo que no significa que siempre sean escenas de felicidad.

Conocí a Whitney Houston a principios de la década de los años ochenta y su voz penetró dentro de mí de manera eléctrica, hasta erizar todo el vello de mi cuerpo.

Me encontraba en la ciudad de Miami y aquél día mi mayor inquietud se centraba en encontrar algo de hierba para celebrar las fiestas de Navidad.

La falta de madurez que conllevan los veinte años, junto a la euforia que añade el creer que ya lo sabes todo en la vida, nos hizo adentrarnos en un barrio muy poco recomendable, en busca de algún camello que nos proporcionara el fruto de la tierra con nombre de virgen.

Con la radio del coche a tope y los seguros echados, comenzamos a dar vueltas esperando encontrar pronto un vendedor, en cualquiera de aquellas esquinas. Después de todo, aquello era América y en las películas, en cualquier esquina vendían María, ¿no?

Después de dar tres o cuatro vueltas por las calles vacías, vimos a una pareja que caminaba en nuestra dirección. Eran negros, chica y chico y llegamos a la conclusión de que tenían que saber dónde podíamos conseguir nuestro botín.
No recuerdo las palabras exactas, pero algo así les debí gritar desde la ventanilla medio bajada:

- ¡Hey, men! Do you have marihuana?

Aquél tipo se paró, miró a su alrededor y lo único que vio fue a dos blanquitos en un coche muy limpio, que le pedían marihuana.

Policías no podían ser. Demasiado jóvenes. Idiotas, muy posible; pero… ¿tanto?

Después de volver a mirar a todos lados, se acercaron al coche. El tipo, unos 25 años y la muchacha, embarazada de muchos meses y sin aparentar más de 18 años.
Él, comenzó a hablar y a decirnos que cuánta cantidad queríamos. Todo esto, con la ventanilla a medias. Le dijimos que 20 $ y nos pidió el dinero.

Éramos ingenuos, pero no tanto, así que le pedimos el producto. Nos dio a entender que no lo llevaba encima, pero que lo tenía allí cerca. Entonces propuso ir a por la mercancía y dejar allí a la muchacha. De repente, nos pareció bien y metimos a la muchacha en el coche mientras el tipo se llevaba el dinero y nosotros dábamos una vuelta a la manzana.

Tras dar 3 ó 4 vueltas, por fin apareció aquél al que luego apodamos “Pedro Navajas”.

Dejamos bajar a nuestro “rehén” y nos pasó una bolsita de papel amarillento que al tacto adivinaba contener algo parecido a hierba.

Todo fue muy rápido.

Una vez la muchacha se bajó del coche, comenzaron a caminar veloces hasta la esquina más próxima y desaparecieron.

En ese momento yo abrí la bolsa y aquél olor característico se relacionó en mi cerebro:

- ¡ Tío, esto es manzanilla o algo así !

Cuando doblamos la esquina con el coche, la calle apareció vacía.

Dimos vueltas durante un rato, esquilmados y esperando verles, para no sé muy bien qué, cuando decidimos marcharnos con el rabo entre las piernas.

De repente, en una calle paralela, ¡allí estaban! Eran ellos. Aceleramos y cuando estaba bajando la ventanilla para decirles lo que pensaba, el tipo echó mano a su bolsillo y sacó una pistola. Qué digo pistola: estaba tan cerca, que a mí, me pareció un bazooka.

Pasamos de largo y creo que nunca una vida se vendió tan barata: por 20 $.

Después de un rato y ya en la city, acabamos por darnos cuenta de la suerte que habíamos tenido y decidimos que por 20 cochinos dólares, no merecía la pena ni volver a recordar el suceso.

Nos fuimos a una tienda de discos y yo me compré un disco de una chica que acababa de salir. Su nombre: Whitney Houston. Todavía tengo ese disco y aunque mi relación con las drogas nunca fue buena y terminó hace más de 18 años, cada vez que escucho a Whitney me recuerdo de ese día, en el cual comencé a darme cuenta de que las drogas pueden acabar con una vida, de muchas maneras.

Me gusta leer un rato en la cama, antes de dormirme, mientras escucho videos musicales en el canal de TV VH1 Classic. Esta semana, cada cuatro videos, ponen uno de Whitney Houston, como homenaje.

Cada vez que sale, no puedo menos que dejar de leer y fijarme en esos ojillos picaruelos que parecen decirme:

- Hola. Necesito ayuda. Estoy sola.

Y mis tripas se revuelven, porque Whitney es mi chica. La chica a la que juras proteger por encima de tu vida. Esa a la que nunca le fallarías, porque ella es perfecta y tú, un simple mortal.

Ahora, mientras acabo de leer la vida de “Filipo, Rey de Macedonia”, hijo de Amindas y padre del Gran Alejandro, mi, -desde hace años seco-, aparato lacrimal, parece querer brotar de nuevo, pero no puede. Whitney ha muerto. Ya no merece la pena hacer que broten las lágrimas. Ella no las vería.