miércoles, 19 de mayo de 2010
Cuento triste
Cuentan que una vez existió un país en el cual había unas diferencias ideológicas que les llevó a enfrentarse en una guerra despiadada a padres e hijos y a hermanos contra hermanos.
Tras finalizar la guerra, la sangre cubrió las ideas y las ideologías fueron capadas por una dictadura implantada por los vencedores.
La gente tuvo que preocuparse de buscar una forma de sustento y de buscar el pan para comer día a día, por lo que la política ya no era parte de sus vidas.
Pasó el tiempo y la generación que vivió la guerra se preocupó de trabajar para que sus hijos pudieran recibir una educación digna y aprendieran a ganarse la vida con su trabajo y que nunca se volvieran a sentir los tremendos resultados que derivan de las guerras.
Esa generación, floreciente e impetuosa, comenzó a prosperar gracias a los consejos de quienes nunca olvidaron el hambre, las penurias y las necesidades que acarrean los conflictos armados. Gente sin estudios, sin Titulos Universitarios, pero que se habían Doctorado en algo que no se enseña en las aulas: La Vida.
Entonces llegó la madurez y la mezcla entre jóvenes y adultos con experiencia de La Vida, dió lugar a una clase social con hambre de Libertad que terminó llevando la Democracia a todos los rincones de aquél Nuevo País.
"Libertad, Libertad sin ira, Libertad", -se cantaba-, "Guárdate tu miedo y tu ira, porque hay Libertad, sin ira, Libertad. Y si no la hay, sin duda la habrá".
El pueblo se echó a la calle y consiguieron, entre todos, la metamorfosis perfecta e incruenta entre un capullo y una mariposa. Una espina y una rosa van juntas, pero no por ello se yuxtaponen para ver quién gana, sino que la espina protege a la rosa para que ésta pueda crecer alejada de los peligros que la acechan.
El mundo entero aplaudió aquella transición sin sangre. Aquel hermanamiento que no hacía tanto hubiera sido impensable.
Y aquél país comenzó de nuevo a vivir sin miedo. A reír en público, a volver a ser... sólo un pueblo.
Pero al igual que cuando la rosa florece hay que quitarle las espinas, porque ya han cumplido su función, ellos no pudieron cortar todas las espinas y éstas crecieron... y crecieron.... hasta hacerse más grandes que las propias rosas, amenazando con ser, en vez de guardianas, verdugos de la preciosa flor.
Pero ellos no habían conocido la guerra y el hambre. Pensaban que eran "batallitas" de abueletes caducos, necesitados de tiempo para contar cosas que en la mayoría de los casos, sería imposible que se volvieran a repetir.
Entonces las risas comenzaron a transformarse de nuevo en caras serias, tristes...
Las alabanzas se volvieron recriminaciones y volvieron los rencores, las luchas partidistas, el egoísmo, la mediocridad, los intereses particulares... volvió la guerra. Una guerra sin armas de fuego, pero apoyada por ideas que en muchos casos, hacen más daño que las balas, porque separan y discriminan.
Habían sido 15 años de trabajo, de Libertad y de empeño, para recoger los frutos que había sembrado esa generación que vivió la guerra siendo niños y que erradicó de su mente la sangre para dar paso a la ilusión de un mundo generoso y pacífico para sus hijos.
Ahora, esos hijos, tiraban por tierra el trabajo de sus padres, alentados los unos contra los otros por el control del poder que concede la política y que crecía y crecía como aquellas espinas, robando el sol que estaba destinado para que crecieran las rosas.
Por todos lados salían "iluminados" que aseguraban contar con las soluciones necesarias para reparar lo que los otros habían roto.
Y llegaron al Poder los unos... y después los otros... y las cosas no mejoraban, más bien al revés, empeoraban.
Unos vendieron las empresas que el pueblo, con su trabajo, paciencia y dinero, había construído. Otros, intentaron crear nuevas empresas con el dinero del pueblo, para luego venderlas.
Pero el pueblo no era feliz.
Los cantos ya no se oían por las calles, sólo se oían los ruidos de los coches, de los aviones, de las bombas...
Se volvió a separar a la gente en dos bandos, que controlaban a las masas a través de consignas que parecían olvidadas. Hasta el deporte, otrora lazo de amistad entre las personas y los pueblos, ahora separaba a los amigos, en vez de unirles.
A los niños se les hacía ser competitivos desde muy pequeñitos, haciéndoles ver que el quedar segundo era ser el primero de los perdedores.
Y aquél país, sin la risa de los niños, sin el olor de las rosas y sin hacer caso a la experiencia de sus mayores, cayó otra vez en el pozo sin fondo negro azabache de la incomprensión.
P.D.: Lamento que pueda parecer un cuento triste, pero cuando me lo contaron, me dijeron: "Hijo, espero que no lo tengas que vivir".
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