lunes, 24 de octubre de 2011

Reflexión I: Hipocresía







La muerte de Steve Jobs ha hecho salir a las calles de todas las ciudades del mundo a millones de personas que le han rendido un último tributo de admiración al creador del iPhone y del iPad.

Ha sido uno de los empresarios que mejor ha sabido reconocer lo que el público demandaba.

Dejando de lado su parte oscura, como por ejemplo cuando le dijo a su socio, Steve Wozniack, que había vendido su invento por 300 $, cuando en realidad lo había vendido por diez veces ese valor, no se le puede negar lo evidente.

Para que nosotros, -occidentales sumidos en una sociedad de consumo que devora diariamente los productos de Apple-, podamos acceder a esos productos, Jobs no montó fábricas con miles de trabajadores en los EE.UU. No.

Hizo, lo que cualquier empresario bien formado haría:

Buscar proveedores baratos que le fabriquen el producto a un buen precio, para poder venderlo a un precio competitivo.

Es la famosa fórmula de “vender muchos pocos o pocos muchos”.

Si vendes mucho de una cosa a un buen precio, tendrás un segmento de consumidores muy grande y eso te hará más sencillo el camino para que se conozca tu producto. Los mismos consumidores te harán la publicidad con el boca a boca y gastarás menos en marketing y publicidad.
Si por el contrario, vendes muchos pocos, a un precio elevado, tendrás más ganancia en cada uno de los productos, pero el segmento de consumidores será muchísimo menor y aunque vendas al doble del valor del otro producto, tendrás menos beneficios.

El huevo de Colón.

Para conseguir lo primero, Apple contrató a Foxcomm, una empresa china que les monta todos sus aparatos.
De ésta forma, podemos tener iPhones e iPads a un precio asequible, e incluso con coste cero, dependiendo del operador de telefonía.
Y todos tan contentos. ¿O no?

Pues yo creo, que no, porque para que Foxcomm pueda montar todos esos juguetitos, sus trabajadores cobran sueldos miserables y se ha convertido en la empresa con más suicidios de empleados, del mundo.
Ese puede ser un ejemplo claro de la hipocresía que rige actualmente nuestra sociedad.

Otro ejemplo muy claro lo podemos ver en esos grandes ejecutivos de nuestras grandes empresas, los cuales van todos los días a misa de ocho, besan los anillos a los obispos, (luteranos, católicos u ortodoxos), pero que cuando llegan a sus oficinas se transforman en buitres que al olor de la carroña engordan las cuentas de beneficios de sus “grandes” empresas.

Hace diecisiete años, el que era en ese momento director de Banesto, Alfredo Sáenz, (hoy en día mano derecha de San Emilio Botín), ejecutó de manera unilateral un crédito que había concedido a unos empresarios catalanes. Estaban pasando un mal momento y como los bancos tienen la potestad de poder pedirte que le devuelvas el crédito que te concedieron a veinte años cuando les dé la gana, el director de Banesto mandó hacer unas “pequeñas” correcciones que concluyeron con estos empresarios en la cárcel. Les arruinó con malas artes y mentiras y encima logró que les metieran presos, para taparles la boca.

Ahora, después de diecisiete años de juicios, recursos, minutas de abogados y horas y horas perdidas, la Justicia (¿?) ha dado la razón a los empresarios y da por demostrado que el ínclito Sáenz mintió y presentó una querella por estafa y alzamiento de bienes contra esos cuatro empresarios, a sabiendas de que eran completamente inocentes.

La Sala Penal del Supremo ha resuelto condenar a Alfredo Sáenz, - consejero delegado de Banco Santander-, a ocho meses de prisión, multa e inhabilitación especial para cualquier empleo relacionado con la banca.
No deja de ser, al menos curioso, que aquél que fue el banquero mejor pagado de España en 2010, -recibió una retribución de 9,179 millones de euros, según el informe anual de la entidad cántabra-, lleve diecisiete años ejerciendo cargos que no debería haber ejercido. ¿Devolverá el dinero que cobró desde entonces? Va a ser que no.

Pero espere un poco… que hay más. Noticia de ésta semana, que ha salido medio escondida:

“La Fiscalía ha apoyado la petición del consejero delegado del Santander, Alfredo Sáenz, para que se le conmute la pena de tres meses de cárcel y de inhabilitación profesional que le impuso en marzo el Tribunal Supremo, mientras que los empresarios que lograron su condena se han opuesto al indulto. Según informaron fuentes jurídicas, tras recibir el informe favorable del Ministerio Fiscal y la oposición de los perjudicados, el Supremo elaborará en las próximas semanas el informe que le ha solicitado el Ministerio de Justicia para decidir si procede o no conceder la medida de gracia”.

Vamos, que no ha pasado nada. El Sr. (¿?) Sáenz es coleguita y cualquier escribano comete un borrón. Seguro que ya se confesó de sus pecados y está libre de toda culpa.

Es otro ejemplo más de la hipocresía que nos envuelve, amparada por la Justicia y bendecida por todos nosotros, que hemos visto cómo nos volvían a cobrar cuotas por las tarjetas de crédito que eran “gratis de por vida” y no hemos retirado nuestros miserables saldos de las cuentas bancarias.
Santones que predican pobreza y abstinencia y a los que les encuentran kilos de oro bajo su cama al morir; predicadores multimillonarios con amantes despechadas; políticos que se reúnen en gasolineras con desfalcadores confesos y que tienen patrimonios que antes de entrar en el Gobierno no tenían… etcétera, etcétera, etcétera.

Si por algo me gustaría estar equivocado y que realmente existiese un Dios que juzga a los que mueren es por éstas cosas.
Porque la conciencia no es una parte física del cuerpo y no se la pueden comer los gusanos. Es un pensamiento; y como ellos creen que Dios está en todas partes y sabe lo que pensamos, cuando llegasen allá arriba, (o abajo, ¿dónde está el Cielo?), les iban a dar sopas con hondas, lo cual me haría muy feliz, por hipócritas, malas personas y chorizos.

Estimados amigos y amigas:
Nadie es mejor que tú. Obedece a tu conciencia y deja ya de seguir lo que te dicen todos esos “iluminados” que en el cien por cien de los casos, sólo buscan aprovecharse de la incultura que ellos mismos alimentan para poder seguir amontonando bienes y viviendo de todos esos cuentos que pregonan, pero que ni ellos mismos cumplen.



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